Gira, gira, gira...
Voy girando en la línea seis del metro de Madrid. Los vagones se doblan los unos con los otros y las personas tiemblan en vaivenes cortos o más largos.
Gira, gira, gira...
El tiempo se desdobla. La peninsula, junto a la corteza rocosa, viaja en círculos alrededor del núcleo del planeta. Toda la esfera que nos mantiene anclados a la vida da vueltas alrededor de sí misma, y a su vez, rodeada de la infinita negrura espacial, rota alrededor del Sol a una velocidad considerable. Nosotros, girando en nuestras vidas, no sentimos nada, pero todo gira, gira y gira.
El propio Sol, la estrella más próxima, vira como una peonza en donde la madera es plasma. Así, lanza a nuestro planeta su calor, nuestro calor. En su viaje de traslación, el astro rey circunda al agujero negro de la Vía Láctea, nombrada así por los griegos al observar el firmamento y ver "leche derramada del pecho de la diosa". Giramos dentro de algo que gira en el interior de otro algo que también gira.
La Vía Láctea y sus brazos espirales, en donde estamos rotando, circula por el universo, unida a su cúmulo de galaxias. Toda la materia y energía que conforman el cosmos viaja alrededor de un punto central, el mismo que produjo el Big Bang. En la membrana espacio-tiempo, los universos se mueven y giran, como yo en esta línea de metro, pero: ¿Porque pensar en todo esto cuando dentro de mi mismo también giran multitud de elemntos?
Giran, giran, giran...
Giran mis pensamientos alrededor de ella y adquieren la forma de sus delicados labios. Cierro los ojos y aquí nada es oscuro: todas las tonalidades de su piel se adhieren a mis parpados. Mis ideas la cantan y las sombras de sus grandes manos se reflejan en mis reflexiones. Sus dedos se menean danzando y vuelven a mi juicio loco: ahora, mis pestañas se transforman en largos cabellos ondulados que caen en cascada sobre su fino y suave cuello, algo semejante a un ángel alado de terciopelo.
Sujeto a la barra del metro, camino con mis dedos sobre la pared del vagón imitando sus peculiares andares. Mi imaginación no es tan precisa y volátil como para dibujar la perfección de sus indefinibles piernas. Lo intento, pero las proporciones divinas me confunden y superan. Tal vez, un carpintero milenario pudiera esculpirlas, pero solo tal vez.
Ahora continúo imaginando, y aquí, en mi mundo interior, todo es posible. La saliva de su boca es un mar por el que surfeo sobre su lengua de tabla. La playa está formada por sus muslos y yo descanso en el abrigo de su bahía. Los granos de arena son los poros de su piel y las olas se forman por el eco de su voz, ya que, en este lugar, mi intimidad más remota, ella es la luna de mis noches y el Sol de mis días.
Allá, a lo lejos, vislumbro una jungla bordeada por dos montes dorados, coronados por faros que emiten luces sudorosas. Adentrándome en la espesura, compruebo que su gracia es la miel de los paneles. Las abejas zumban con su risa y en el viento me trae esa sonrisa que solo mis ojos reconocen. Y entonces, todo desaparece. La playa se difumina y la jungla arde violentamente sin provocar ni un ápice de humo, quedando únicamente la silueta de su onírico cuerpo doblegada por mi mirada y la armonía de nuestras voces unidas.
Giro con ella y ella gira dentro de mí, y el resto del mundo, ya no ésta girando.
Su pelo es como un suave cielo nublado de cirros resbaladizos que se mueve con gracia y elegancia. No en vano, tocarlo es similar a arrullar la bóveda celestial, pasando los dedos por entre sus rizos como si con las nubes a mi antojo pudiese jugar. Si, es ella, la misma que he nombrado una y otra vez por entre estas paginas, año tras año, día a día, silenciosamente, como si fuese un secreto constante y omitido al que solo mirar desde la lejanía me estaba permitido, deseándola con un anhelo tan poderoso como la mismísima fuerza de la gravedad. Esa gravedad de la que hablo, siempre atrayéndome hacía a ella, ahora me mantiene pegado a su cuerpo de sinuosos valles y bellas colinas. Ese anhelo al que me refiero, fruto maduro de forjar el largo paso del tiempo con una afluencia infinita de sonrisas, enmudecimientos y conversaciones. Ausencia de palabras que no pueden cumplir su cometido. Impotencia de un corazón que ha vibra...
Comentarios