Escúchame: yo era un mar dormido, una luna quebrada, un árbol deshojado, un iceberg helado. Tú me has despertado, reconstruido, haciéndome florecer y derritiéndome.
Óyeme: yo era una noche sin estrellas, una laguna sin agua, un día sin luz, un tobogán sin pendiente. Tú me has estrellado, llenándome con luz y haciéndome caer por tu rampa.
¿Sientes mi pecho latente? No necesito besarte para acelerarme, ni mucho menos. No hueles a nada, pero hueles a todo. Te veo caminar, ir o venir, y se me incendia la piel. No hay bombero que pueda apagarla. En todo caso, tú serias la única persona con derecho o posibilidad a hacerlo.
¡Háblame! ¡Cántame! Porque me aferro al hilo de tu voz y saboreo cada melodía que sale de tus labios. Cuando me acercas esa naricilla, hay algo dentro de mí que te busca. Cuando te acaricio el pelo y lo pongo detrás de tu oreja, caigo en la cuenta de lo hondo que he caído en ti. Cuando te beso, tengo la certeza de que necesito besarte.
Con la ansiedad de un piloto espero al tiempo de verte. Las horas me parecen eternas, como la profundidad de tus ojos. El Sol esta celoso, porque tú lo has sustituido.
Las encinas de mi Tierra se enredan tu pelo. En las aguas de mis ríos flota tu reflejo. En los ojos que me miran solo veo el color de tu iris. Cada estrella del cielo es un lunar de tu vasta piel.
¡Tócame, porque soy tuyo! Haz conmigo lo que quieras. Márcame con tu fuego interno o ahógame si tienes que llorar. Déjame sordo o ciego, manco o mudo, encerrado o libre. Da igual todo, porque te seguiré sintiendo.
A veces pienso en que no necesito que me hables, porque ya lo hacen tus silencios.
Entiéndeme: yo era una piedra inerte en mitad de un océano seco. Ahora, la tempestad ha estallado y mis buques te dan cobijo. El fuego arde y arde, en la superficie y entre los pliegues, pero adoro quemarme si tú te quemas conmigo.
Por eso digo que te necesito una noche para mi, tú sola, en donde yo seré solo para ti.
No puedo contenerme. No me mires con miedo. Tú lo has querido.

"A veces se abren. A veces se cierran."
Óyeme: yo era una noche sin estrellas, una laguna sin agua, un día sin luz, un tobogán sin pendiente. Tú me has estrellado, llenándome con luz y haciéndome caer por tu rampa.
¿Sientes mi pecho latente? No necesito besarte para acelerarme, ni mucho menos. No hueles a nada, pero hueles a todo. Te veo caminar, ir o venir, y se me incendia la piel. No hay bombero que pueda apagarla. En todo caso, tú serias la única persona con derecho o posibilidad a hacerlo.
¡Háblame! ¡Cántame! Porque me aferro al hilo de tu voz y saboreo cada melodía que sale de tus labios. Cuando me acercas esa naricilla, hay algo dentro de mí que te busca. Cuando te acaricio el pelo y lo pongo detrás de tu oreja, caigo en la cuenta de lo hondo que he caído en ti. Cuando te beso, tengo la certeza de que necesito besarte.
Con la ansiedad de un piloto espero al tiempo de verte. Las horas me parecen eternas, como la profundidad de tus ojos. El Sol esta celoso, porque tú lo has sustituido.
Las encinas de mi Tierra se enredan tu pelo. En las aguas de mis ríos flota tu reflejo. En los ojos que me miran solo veo el color de tu iris. Cada estrella del cielo es un lunar de tu vasta piel.
¡Tócame, porque soy tuyo! Haz conmigo lo que quieras. Márcame con tu fuego interno o ahógame si tienes que llorar. Déjame sordo o ciego, manco o mudo, encerrado o libre. Da igual todo, porque te seguiré sintiendo.
A veces pienso en que no necesito que me hables, porque ya lo hacen tus silencios.
Entiéndeme: yo era una piedra inerte en mitad de un océano seco. Ahora, la tempestad ha estallado y mis buques te dan cobijo. El fuego arde y arde, en la superficie y entre los pliegues, pero adoro quemarme si tú te quemas conmigo.
Por eso digo que te necesito una noche para mi, tú sola, en donde yo seré solo para ti.
No puedo contenerme. No me mires con miedo. Tú lo has querido.
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