El viento será rechazado contra mi espalda.
La lluvia resbalara sobre el paraguas de mi pelo.
El blanco de la nieve brillara en mis brazos.
El granizo estallara contra mi piel.
La arena llenara mis manos.
El barro cubrirá mis pies...
... pero ningún elemento, ninguno, te tocara a ti.
Ahora yo estoy aquí, fuera y dentro de ti, rozando tu alma a cada segundo, acariciándola en todo momento, acicalando su peinado y comprendiendo sus dolores y alegrías. Si esta abajo, la elevare. Si está arriba, subiré con ella.
Eres tan mía como yo lo soy tuyo. Calmare tus nervios. Abrazare tus abrazos. Estoy tan dentro de tus gestos que no siento lugar alguno fuera de ellos.
Chapoteo en las lagunas de tus ojos. Me deslizo por las vibraciones de tus orejas y habito en sus pabellones. Me acurruco en los dedos de tus pies. Persigo el contorno de tus caderas. Atrapo el deambular de tus piernas. Me precipito por las hondonadas de tus pechos.
Caminar por tus senderos, si es caminar.
Navegar por tus ríos, si es navegar.
Volar por tu pelo, si es volar.
Caminar, navegar, volar, sentirte en todo momento, si es sentir.
Su pelo es como un suave cielo nublado de cirros resbaladizos que se mueve con gracia y elegancia. No en vano, tocarlo es similar a arrullar la bóveda celestial, pasando los dedos por entre sus rizos como si con las nubes a mi antojo pudiese jugar. Si, es ella, la misma que he nombrado una y otra vez por entre estas paginas, año tras año, día a día, silenciosamente, como si fuese un secreto constante y omitido al que solo mirar desde la lejanía me estaba permitido, deseándola con un anhelo tan poderoso como la mismísima fuerza de la gravedad. Esa gravedad de la que hablo, siempre atrayéndome hacía a ella, ahora me mantiene pegado a su cuerpo de sinuosos valles y bellas colinas. Ese anhelo al que me refiero, fruto maduro de forjar el largo paso del tiempo con una afluencia infinita de sonrisas, enmudecimientos y conversaciones. Ausencia de palabras que no pueden cumplir su cometido. Impotencia de un corazón que ha vibra...
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