Una goma del pelo, color verde.
Tres o cuatro horquillas.
Ceras de colores.
Rotuladores de traza gruesa.
Un calcetín rosa.
Monedas de uno,dos,cinco, diez y veinte céntimos.
Una cantidad de mugre inimaginable.
Recuerdos. Fragmentos de memoria que se resisten a desaparecer. Me hablan de Madrid. Me cuentan, explícitamente, lo que mi vida ha cambiado de un año para otro, y yo lo acepto, sin querer cambiar nada, ya ni siquiera mi brazo, porque lo que no te mata te hace más resistente a la muerte, y aquí sigo, vivo y coleando, como un macaco japones que casi se congela por las noches para ver otro amanecer más.
A las 16:00 de la tarde del 14 de abril, estoy limpiando el Peugeot por dentro. ¿Cuando fue la última vez que hice esto? Podría asegurar que ha transucurrido casi un año, y no seria exagerar.
En el "Elefante Azul", quito las cuatro alfombrillas del sucio y moteado suelo del coche y las golpeo contra una reja cuya función es esa: sacudir la mierda. La vibración del metal repica y las motas de polvo se esparcen por el aire formando una nube de partículas grises que acaban por el suelo.
El coche es una bazofia andante y tengo que sacar toda la guarreria de un año de su interior.
Abro el maletero y recuerdo que éste panorama que se presenta ante mí es la razón de que este aquí. Más que por el panorama, es por lo que me hace sentir cuando lo contemplo: vergüenza pura y dura.
Parece un autentico basurero de capital, repleto de restos de todo tipo: trapos, bolsas, bolígrafos, un calcetín cochambroso, una botella de plástico arrugada, un chaleco amarillo en el que parece que han defecado, las pinzas de la batería revueltas, los triángulos medio abiertos, una colchoneta hinchable acartonada.
Lo peor es que bajo toda esta suciedad hay una capa de restos de patatas fritas, gusanitos y sobras de comida que se extiende por todo el fondo del maletero, como si fuese el permafrost de una tundra salvaje.
Vacío el maletero de mierda, incluyendo una piruleta roja en donde pone "Te quiero" y unas palas verdes de playa que están sin usar.
De repente, noto que algo se mueve. Es muy pequeño y avanza sobre el forro del maletero: una hormiga. La sigo con la vista y, justo por donde termina el cobertor peludo, por la esquina anterior del maletero, ella se cuela y desaparece bajo la cobertura que hace siglos que no levanto.
Sorprendido por el extraño acontecimiento, levanto el cobertor y es cuando me encuentro con una escena demencial: en la parte trasera del maletero, pegada a la esquina, hay una enorme hilera de hormigas que va y viene con una actividad incesante. Muchos de sus miembros llevan diminutos trozos amarillos de patatas o rojos de azúcar de la piruleta.
Estoy flipando en colores, una mezcla de "No me lo creo" y "¿Como es posible?".
Levanto más el cobertor y compruebo que las hormigas han tomado mi coche. Sigo con la vista la hilera y veo que ésta se introduce detrás de los protectores laterales del maletero. Quito los plásticos que sujetan el lado derecho y aparto el cobertor: hay más hormigas, centenares, que forman una columna negra de patas y cabezas hambrientas. La fila multitudinaria avanza y se introduce bajo los asientos traseros del coche, perdiéndose de mi vista y dominios.
¿Hay un hormiguero en mi coche?
¿Donde esta la reina?
¿Pueden las hormigas tener larvas en algún lugar que no sea bajo tierra?
En realidad, esta sorpresa me encanta y me hace pensar en estos insectos sociales, en como se adaptan a todo, incluso a un coche, pasando desapercibidas más de ocho meses. Con razón, llevan en el planeta unos 120 millones de años. Uno nunca se acostará sin recibir una lección de la fantástica naturaleza.
Sintiéndolo mucho, voy a tener que destruir éste pequeño reino que las hormigas han credo en mi coche.
Comienzo a aspirar las alfombrillas, el suelo y los asientos. después, me pongo con el maletero y mis pequeñas compañeras invisibles de seis patatas desaparecen. La colonia queda seccionada y los individuos restantes corren dispersos e histéricos. Quito el cobertor y limpio a fondo. Cuando todo queda pulcro y vacío, coloco las palas, los triángulos, el chaleco y las pinzas. La verdad, así da gusto.
Antes de tirar el resto de deshechos, observo como el plástico transparente de la enorme piruleta esta agujereado y falta un buen cacho de caramelo. Increíble.
Casualidad o no, el año pasado estuve un tiempo pensando en hacer un terrario de hormigas, y resulta que lo llevo conmigo desde hace un tiempo incontable.
Tres o cuatro horquillas.
Ceras de colores.
Rotuladores de traza gruesa.
Un calcetín rosa.
Monedas de uno,dos,cinco, diez y veinte céntimos.
Una cantidad de mugre inimaginable.
Recuerdos. Fragmentos de memoria que se resisten a desaparecer. Me hablan de Madrid. Me cuentan, explícitamente, lo que mi vida ha cambiado de un año para otro, y yo lo acepto, sin querer cambiar nada, ya ni siquiera mi brazo, porque lo que no te mata te hace más resistente a la muerte, y aquí sigo, vivo y coleando, como un macaco japones que casi se congela por las noches para ver otro amanecer más.
A las 16:00 de la tarde del 14 de abril, estoy limpiando el Peugeot por dentro. ¿Cuando fue la última vez que hice esto? Podría asegurar que ha transucurrido casi un año, y no seria exagerar.
En el "Elefante Azul", quito las cuatro alfombrillas del sucio y moteado suelo del coche y las golpeo contra una reja cuya función es esa: sacudir la mierda. La vibración del metal repica y las motas de polvo se esparcen por el aire formando una nube de partículas grises que acaban por el suelo.
El coche es una bazofia andante y tengo que sacar toda la guarreria de un año de su interior.
Abro el maletero y recuerdo que éste panorama que se presenta ante mí es la razón de que este aquí. Más que por el panorama, es por lo que me hace sentir cuando lo contemplo: vergüenza pura y dura.
Parece un autentico basurero de capital, repleto de restos de todo tipo: trapos, bolsas, bolígrafos, un calcetín cochambroso, una botella de plástico arrugada, un chaleco amarillo en el que parece que han defecado, las pinzas de la batería revueltas, los triángulos medio abiertos, una colchoneta hinchable acartonada.
Lo peor es que bajo toda esta suciedad hay una capa de restos de patatas fritas, gusanitos y sobras de comida que se extiende por todo el fondo del maletero, como si fuese el permafrost de una tundra salvaje.
Vacío el maletero de mierda, incluyendo una piruleta roja en donde pone "Te quiero" y unas palas verdes de playa que están sin usar.
De repente, noto que algo se mueve. Es muy pequeño y avanza sobre el forro del maletero: una hormiga. La sigo con la vista y, justo por donde termina el cobertor peludo, por la esquina anterior del maletero, ella se cuela y desaparece bajo la cobertura que hace siglos que no levanto.
Sorprendido por el extraño acontecimiento, levanto el cobertor y es cuando me encuentro con una escena demencial: en la parte trasera del maletero, pegada a la esquina, hay una enorme hilera de hormigas que va y viene con una actividad incesante. Muchos de sus miembros llevan diminutos trozos amarillos de patatas o rojos de azúcar de la piruleta.
Estoy flipando en colores, una mezcla de "No me lo creo" y "¿Como es posible?".
Levanto más el cobertor y compruebo que las hormigas han tomado mi coche. Sigo con la vista la hilera y veo que ésta se introduce detrás de los protectores laterales del maletero. Quito los plásticos que sujetan el lado derecho y aparto el cobertor: hay más hormigas, centenares, que forman una columna negra de patas y cabezas hambrientas. La fila multitudinaria avanza y se introduce bajo los asientos traseros del coche, perdiéndose de mi vista y dominios.
¿Hay un hormiguero en mi coche?
¿Donde esta la reina?
¿Pueden las hormigas tener larvas en algún lugar que no sea bajo tierra?
En realidad, esta sorpresa me encanta y me hace pensar en estos insectos sociales, en como se adaptan a todo, incluso a un coche, pasando desapercibidas más de ocho meses. Con razón, llevan en el planeta unos 120 millones de años. Uno nunca se acostará sin recibir una lección de la fantástica naturaleza.
Sintiéndolo mucho, voy a tener que destruir éste pequeño reino que las hormigas han credo en mi coche.
Comienzo a aspirar las alfombrillas, el suelo y los asientos. después, me pongo con el maletero y mis pequeñas compañeras invisibles de seis patatas desaparecen. La colonia queda seccionada y los individuos restantes corren dispersos e histéricos. Quito el cobertor y limpio a fondo. Cuando todo queda pulcro y vacío, coloco las palas, los triángulos, el chaleco y las pinzas. La verdad, así da gusto.
Antes de tirar el resto de deshechos, observo como el plástico transparente de la enorme piruleta esta agujereado y falta un buen cacho de caramelo. Increíble.
Casualidad o no, el año pasado estuve un tiempo pensando en hacer un terrario de hormigas, y resulta que lo llevo conmigo desde hace un tiempo incontable.
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