Pequeño cortometraje de animación en narrativa, con voz en off, dedicado a la esperanza, porque cuando la perdemos, nos hundimos en la oscuridad más profunda que existe. Dedicado a ella, para que siempre podamos recuperarla.
Desafortunado el hombrecillo, pues quedó sumido en la
oscuridad. El transcurrir de aquellos días y el conjunto de las penosas
circunstancias que había estado acarreando sobre su amoratada espalda le hicieron
caer hasta las profundidades de un
abismo violento, atroz. Su cuerpo se
hundía lentamente entre las angostas y escarpadas paredes de una sima que aparentaba
no tener fin. Solo había tinieblas. La presión del agua, en aumento, era insoportable. Conforme descendía, su ropa
se iba deshilachando. Deformados seres abisales, como salidos de la nada, la mordisqueaban entre sus punzantes dientes
y arrancaban de ella pequeños retales de tela que quedaban diseminados en la
densidad del agua. La conciencia le iba y le venía para recibir destellos bioluminiscentes.
Fue la última luz que pudo ver. Perdió el conocimiento del todo rodeado de enormes fauces monstruosas que
aparecían y desaparecían entre los parpadeos de esa fantasmagórica luz
animalesca.
Ahora estaba desnudo. Su piel, aterida,
empezaba a agrietarse. Pronto, todo su ser quedaría volatilizado bajo la enorme
presión que sacudía cada recoveco de la interminable cavidad. ¿Dónde quedaba el
final del sufrimiento? ¿Sería capaz de llegar a ese lugar todavía con vida?
El cuerpo seguía cayendo de mil y
una maneras descontroladas.
Los miembros se golpeaban contra
la superficie exánime de rocas deformadas.
La esperanza resultó ser una
puta que le había dado besos de amor verdadero.
Órganos, músculos y vísceras habían mutado
en carroña de un vertedero.
La fortaleza tornó en flaqueza, y el
destino resultó ser un francotirador que disfrutaba disparando a los nervios en
vez de volarle la puta cabeza.
Silencio. El silencio puede abrumar más que la peor de las
incongruencias sonoras. Sabe mentir o
decir la verdad. Tiene la capacidad de
ser franco o de ironizar. La sutileza de
sus dedos acaricia, pero el filo de sus uñas mutila. Concede permiso o lo niega. A veces elocuente, a veces inexpresivo. Por
lo que todo comenzó y en donde todo acabará. El silencio que envolvió al amasijo de tejidos
que continuaba descendiendo hacía las profundidades pudo prolongarse durante
segundos, minutos, horas, semanas o años, nadie lo sabe, porque este silencio que nos acontece también es una
conmoción incrustada en el espacio-tiempo ávida y con la experiencia suficiente
para modificar el correr del minutero.
En silencio. Así estuvo cayendo el
hombrecillo desnudo, en la eternidad del peor de los silencios: la muerte...
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