A veces, tengo la sensación de estar cansado de todo, del trabajo, Madrid, de mi novia, incluso de mí mismo, de levantarme por las mañanas y ver mi cara estampada en el espejo, blanca, morena o amarilla, con o sin barba, cada día un poco más deteriorada.
A veces, siento una falta de ímpetu aplastante. La monotonía del trabajo va aniquilando mi voluntad paulatinamente. Vomitar la misma mierda una y otra vez, es demasiado para mi paciencia, enculada contra un muro que esta a punto de estallar en mil pedazos.
Tras esa barrera, mi limite mental, se abre un abismo que parece no tener fondo: oscuridad, oscuridad y más oscuridad.
A veces, siento la necesidad de finiquitar esta vida y empezar con otra diferente, perpendicular; desaparecer de este escenario y ser menos títere en otro; desnudar mi alama en una laguna que me hunda hasta el fondo; vivir en la jungla, hablar con orangutanes, beber agua de la ribera, comer pescado crudo y cazar con un taparrabos, saltando enloquecido sobre las plantas silvestres con los glúteos al aire y la lengua fuera, como un lobo agotado.
A veces, querría volar y planear como un águila, siguiendo la línea de las autovías para descender hasta los cadáveres de animales atropellados y alimentarme de ellos, sin comprender, en todo momento, que son esas cosas veloces rectangulares que durante la noche o el día van y vienen o, porque estas líneas grises dividen el campo en parcelas.
A veces, me doy cuenta de que es hora de cumplir mis sueños, y no de trabajar para que los demás cumplan los suyos.
Esta misma mañana, mirándome al espejo, sentí en mi una tristeza especialmente profunda.
Si por mi mismo soy incapaz de lanzarme al vacío de mi
talento, será ella la que finalmente me empuje.
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