Jaimito era un cachorro cuando llego a mí. No hice nada para buscarle; él, hizo todo para encontrarme. Lo recuerdo perfectamente.
"En el negocio familiar me encuentro. Sábado por la mañana y la calle es transitada con frecuencia por personas que la recorren de arriba a abajo. Algunas compran. Otras descansan. Muchas trabajan.
Sentado en mi trono, como solía llamarlo, escribo algo en mi diario. Meditabundo en los pensamientos que mi propia mente "organiza" en un caos desconocido incluso a veces para mí, doy pinceladas a las páginas que llevo escribiendo ya varios años. Mientras los clientes entran y salen con aire mañanero, puedo imaginar cientos de situaciones que logro plasmar en las cuartillas. Si decoras una vida y la desarrollas con imaginación, esfuerzo e improvisación, habrás creado, sin darte apenas cuenta, un nuevo mundo, tu propio mundo personal e intransferible.
Estando en estos asuntos y en otros, tuvo el destino que traer a Jaimito, pues él mismo apareció por la puerta con una tranquilidad pasmosa. Exista el destino o no, independientemente, Jaimito llegó esa mañana siendo un pequeño cachorro. Lo primero que hizo, con alevosía, fue entrar en la tienda con su gracioso caminar, característico de los gatos jóvenes. A continuación, escuché un pequeño maullido que logró sacarme de mi estado transitorio: me expulsó de la inspiración.
Levantome del trono y quedome perplejo, pues allí estaba él: una diminuta bola de pelo blanco tiznada con pequeñas machas de café. Nunca hubiera podido imaginar que esas manchas tan enjutas habrían de crecer tanto.
Con la boca abierta quedome, y fui a su encuentro. Estaba ronroneando, feliz de nuestra primera coincidencia. ¿Que hacer con un animal que ha cruzado la entrada del negocio y, a la vez, del hogar? En mi caso, amante nato e irracional de los animales, no cabía duda alguna. Fui al cercano "Don Caramelo" y compre una caja de leche y pan.
A la vuelta, Jaimito seguía en el local. Le pusimos varias veces en la puerta pero no tenia la más mínima intención de marcharse. Tal vez, él sabía que ya estaba en casa, y nosotros, subconscientemente, también lo debíamos de comprender.
Todo el día pasó Jaimito en la tienda, una galería de arte que lleva más de treinta años al servicio de la gente. Una galería de arte que había incorporado una nueva obra sin percatarse todavía: obra con pelos, bigotes, dientes, ojos verdes y carácter, mucho carácter.
El domingo resultó idéntico, hasta que convencí a mi padre para llevarme a Jaimito a casa. Esta casa, por otro lado, ya contenía habitantes gatunos y también, dos perros. Los gatos, dos hembras, hacían del sexo de Jaimito una cuestión fundamental: Jaimito tenía que ser hembra, y, a la vista esta por lo que refiere su nombre, no lo era.
Pero creímos que si, o quisimos creerlo, y Jaimito formó parte de nuestras vidas desde el comienzo. "
Esta, es la historia de como Jaimito entró en mi casa ganándose el afecto de todos los miembros. Unos meses más adelante, lo pillamos "con el pito fuera". Teníamos dos opciones: llevarlo al campo de mi cuñada, ocupado por gatos que le matarían, o caparlo, algo contrario a mis principios, que hacían y hacen del respeto a la naturaleza un fundamento básico.
Muy a mi pesar, y absolutamente dolido por la circunstancia, me vi sujetando a Jaimito en la mesa operatoria del veterinario, y observe, herido en el alma, como le incapacitaban sexualmente: su sexo por su vida, y valió la pena.
Hoy, Jaimito es un gato enorme. Tímido pero cariñoso. Dormilón y perezoso. Algo debió de pasarle antes de llegar a mi tienda, pues se asusta con cualquier grito o gesto brusco y sale corriendo. Pero Jaimito es el rey de la casa, el dios de nuestro olimpo. Se acerca ronroneando y arrastra la panza hasta que su gran cabeza impacta contra mi pierna. Me mira con reconocimiento y espera pacientemente a que le acaricie. Se va y vuelve más emocionado a por más caricias, y yo no me canso de proporcionárselas. Jamás podría cansarme.
Jaimito tiene 4 años y debe de pesar sobre diez kilos. Diez kilos de afecto y cariño. Diez kilos de armonioso felino. Diez kilos de fidelidad hacía quien un día lo recogió salvándole de una muerte segura en la fría calle.
Nota: hay que querer a los animales porque nosotros somos animales.
Comentarios
jejejejje Precioso, me encanta el texto!