Día 1: Cuando el tren de aterrizaje se posó en el suelo, cerré el libro de "La carretera" y la voz del comandante anunció: "Señoras y señores, bienvenidos a Ámsterdam. Manténganse en sus asientos hasta que el avión se haya inmovilizado. Que tengan buena estancia. Gracias por volar con Iberia”. Para entonces, Javi, en el lado de la ventana, ya se había despertado. La emoción me invadía. Agarre la mochila y saque del compartimiento superior mi maleta para avanzar por el estrecho pasillo, flanqueado por líneas interminables de asientos. Javi me seguía. El aeropuerto de Ámsterdam, Schiphol, nos esperaba como a los miles de pasajeros que llegaban del cielo. Era igual que cualquier otro aeropuerto: espacioso, pulcro, estridente y repleto de aparatos avanzados tecnológicamente. Bajamos un par de plantas y compramos dos billetes para la Estación Central de Ámsterdam. En pocos minutos, javi y yo salimos del aeropuerto en un largo tren azulado que parecía ir a gran velocidad...