En algún recoveco de la urbanización de Eurovillas vamos Chema y yo, alegres y cautivos por dos cervezas. Ha habido barbacoa con todas sus consecuencias: morcillas, patatas, pancetas, chorizos, filetes, pinchitos… y estamos llenos de la felicidad que la comida proporciona al paladar. Ya conocemos el dicho: la cocina nos hace humanos. Emocionados como dos inocentes críos que gamberrean por vez primera, nos dirigimos hacia una enorme encina que protege con su fresca sombra algo que siempre suele llamar la atención: la hamaca colgante de la parcela. Allí estamos mi amigo y yo, revisando las viejas cuerdas de los extremos que sujetan la curvada red a las gruesas ramas de la imponente encina. Sin más dilación, esporádicamente, doy un salto y me encaramo a la hamaca, haciendo que esta se adapte de inmediato a mi voluminoso cuerpo. Como suele ocurrir en estos casos, los actos, carentes de meditación o pensamientos, se encadenan uno tras otro. Chema comienz...
Escribir, escribir con firmeza, aprisionar el humo. Arrojar palabras, esquivar tumultos o fundirse con ellos. Ahuecar el alma, fortalecerla. Vivir dentro de una caracola en donde todo suena distinto.